Breves momentos de inspiración y alguna noche de insomnio

sábado, 9 de mayo de 2020

La niña que llevo dentro (III)

 3: La polio no pudo con ella (*)


«La vida es 10% lo que me ocurre y 90% de cómo reacciono a ello»
Charles Swindoll
Tardes soleadas. La niña de cabellos dorados corría sin descanso tras los niños mayores, oculta entre espigas mecidas a su paso, allá en la huerta de algodón, persiguiendo sueños.

Quizás presintiera lo efímero de aquella estampa pintada en un pequeño lienzo. Correr, todo era correr y saltar surcos, para ella eran tortuosas colinas, mientras sus piernas eran arañadas por pica-picas y las ortigas se prendían a su falda. Heridas de guerra. El precio por librar la particular batalla de querer formar parte en los juegos de los niños grandes.

Su melodía de fondo era la sirena de la fábrica textil despidiendo y recibiendo a los trabajadores, entre ellos a su padre, el más guapo y pinturero de todos. Los niños voceaban al unísono, a coro, en inútil competición para ver quién duraba más, poniendo a prueba sus pulmones. Siempre ganaba la sirena, lo sabían, pero era un reto diario, que no dejaban pasar.

La trama y la urdimbre iban tejiendo sus días felices junto a su hermano, dos años mayor que ella, hasta que un día, sus piernas se enredaron como una madeja y dejaron de correr, de andar... Se paró el reloj aquel verano, y los telares cambiaron su ritmo.

Su mundo se hizo pequeño y la huerta le pareció más inmensa e insondable. Comenzó a observar la vida de los insectos junto a su inseparable amigo José Antonio, desarrolló la paciencia del entomólogo y la curiosidad del científico que experimenta sobre la conducta de las diferentes especies del reino animal.

El olor del campo dio paso al del alcohol y al de la penicilina; hospital y escuela compartieron su tiempo. Mañanas de pupitre y tardes de masajes. También aquellos tarritos de cristal con los que enjugaba sus graminitas, las que pedía entre sollozos que le limpiase su madre con el pañuelo después de cada inyección. Aquellos frasquitos de cristal comenzaron a llenar improvisados anaqueles en el lavadero de su casa; encerraban experimentos consistentes en mezclar líquidos y agitarlos, observar texturas, colores, olores...

Al fin aprendió de nuevo a andar con paso vacilante pero pisando fuerte. Observada y atendida por su madre que, con dedicación, tejió un futuro para ella, y, le entregó unas armas con las que aquella niña llegaría a convertirse en guerrera. La polio no pudo con ella.


(*) Este texto fue publicado en el libro Alas para todo el trayecto, (Un homenaje cultural a las personas con discapacidad), de la Asociación Cultural Utopías de las Artes. Málaga, 2014. También publicado en el libro Sueños en la mirada, a beneficio de la investigación del Síndrome Postpolio. Málaga, 2017.


4 comentarios:


  1. Intuyo que no sólo no pudo con ella, sino que la ayudó a sacar toda su fuerza, todo su poder personal.

    Me conmovió este texto, hasta las graminitas...

    Besos, miles de ellos

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  2. Sí.
    Conmueve.
    Con madres como esa todo es posible.

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  3. @Alís
    Así es, amiga, la hizo resiliente.

    Besitos conmovedores y conmovidos!

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  4. @TORO SALVAJE
    Pues sí, tuve la suerte de tener una madre coraje y un padre trabajador y amoroso.

    Gracias y besos, amigo!

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