3: La polio no pudo con ella (*)
«La
vida es 10% lo que me ocurre y 90% de cómo reacciono a ello»
Charles
Swindoll
Tardes soleadas. La niña
de cabellos dorados corría sin descanso tras los niños mayores,
oculta entre espigas mecidas a su paso, allá en la huerta de
algodón, persiguiendo sueños.
Quizás presintiera lo
efímero de aquella estampa pintada en un pequeño lienzo. Correr,
todo era correr y saltar surcos, para ella eran tortuosas colinas,
mientras sus piernas eran arañadas por pica-picas y las ortigas se
prendían a su falda. Heridas de guerra. El precio por librar la
particular batalla de querer formar parte en los juegos de los niños
grandes.
Su melodía de fondo era
la sirena de la fábrica textil despidiendo y recibiendo a los
trabajadores, entre ellos a su padre, el más guapo y pinturero de
todos. Los niños voceaban al unísono, a coro, en inútil
competición para ver quién duraba más, poniendo a prueba sus
pulmones. Siempre ganaba la sirena, lo sabían, pero era un reto
diario, que no dejaban pasar.
La trama y la urdimbre
iban tejiendo sus días felices junto a su hermano, dos años mayor
que ella, hasta que un día, sus piernas se enredaron como una madeja
y dejaron de correr, de andar... Se paró el reloj aquel verano, y
los telares cambiaron su ritmo.
Su mundo se hizo pequeño
y la huerta le pareció más inmensa e insondable. Comenzó a
observar la vida de los insectos junto a su inseparable amigo José
Antonio, desarrolló la paciencia del entomólogo y la curiosidad del
científico que experimenta sobre la conducta de las diferentes
especies del reino animal.
El olor del campo dio paso
al del alcohol y al de la penicilina; hospital y escuela compartieron
su tiempo. Mañanas de pupitre y tardes de masajes. También aquellos
tarritos de cristal con los que enjugaba sus graminitas, las
que pedía entre sollozos que le limpiase su madre con el pañuelo
después de cada inyección. Aquellos frasquitos de cristal
comenzaron a llenar improvisados anaqueles en el lavadero de su casa;
encerraban experimentos consistentes en mezclar líquidos y
agitarlos, observar texturas, colores, olores...
Al fin aprendió de nuevo
a andar con paso vacilante pero pisando fuerte. Observada y atendida
por su madre que, con dedicación, tejió un futuro para ella, y, le
entregó unas armas con las que aquella niña llegaría a convertirse
en guerrera. La polio no pudo con ella.
(*) Este texto
fue publicado en el libro Alas para todo el trayecto, (Un
homenaje cultural a las personas con discapacidad), de la Asociación
Cultural Utopías de las Artes. Málaga, 2014. También publicado en el libro Sueños en la mirada, a beneficio de la investigación del Síndrome Postpolio. Málaga, 2017.
ResponderEliminarIntuyo que no sólo no pudo con ella, sino que la ayudó a sacar toda su fuerza, todo su poder personal.
Me conmovió este texto, hasta las graminitas...
Besos, miles de ellos
Sí.
ResponderEliminarConmueve.
Con madres como esa todo es posible.
@Alís
ResponderEliminarAsí es, amiga, la hizo resiliente.
Besitos conmovedores y conmovidos!
@TORO SALVAJE
ResponderEliminarPues sí, tuve la suerte de tener una madre coraje y un padre trabajador y amoroso.
Gracias y besos, amigo!