Cada escalón,
un suspiro empedrado
hacia un final
incierto, oculto entre las ramas;
una tarde
cualquiera de verano
en un mágico rincón de Frigiliana.
Cada maceta, una
invitación a adentrarnos en las casas
de blancas
fachadas, ventanas pequeñas, persianas echadas,
la calle
callada, sin niños ni ancianos, sin ruidos ni nada,
mira amablemente
la tarde calmada,
un momento
quieto de siesta preñada.
Hacia dónde tu
escalera, hacia dónde mi mirada,
se quedó en la
bicicleta apoyada en la fachada,
con fragilidad
manifiesta reposa su alma
y toma el
aliento que tanto hace falta
para subir
arriba, para seguir su marcha.
Difícil camino
de calle empinada.
ResponderEliminarA veces la vida se convierte en una calle empinada. Y seguramente requiere que calmemos el paso para mantener las fuerzas que nos permitan llegar arriba. Aunque no sé si es necesario llegar arriba. Seguro que encontramos alguna puerta que se abra en el trayecto y nos permita entrar y descansar.
Un abrazo enorme, Merche
¡Qué bella poeta eres!
@Alís
ResponderEliminarSí, dulce amiga, menos mal que en el trayecto se nos van abriendo puertas y ventanas amorosas que acarician el alma y hacen renacer la esperanza.
Muchas gracias, tesoro!
Cienes y cienes de besos
* Foto: Calle Zacatín (Frigiliana, Málaga)
ResponderEliminarEste poema me recuerda a una tarde de agosto calurosa y el aire fresco de las casas de los pueblos andaluces
ResponderEliminar@orosita61@gmail.com
ResponderEliminarLa verdad es que la imagen es muy evocadora de pueblo andaluz encalado y caluroso.
Besitos calurosos.