El circo llegó al pueblo un año más,
y bañó las calles de colorido y algarabía. Los niños con ropita
de domingo formaban cola, y tiraban impacientes de la mano de sus
padres. Me gustaba adivinar con qué número nuevo nos sorprenderían:
un joven malabarista, una chica de bonitas piernas que cantaría mientras se mecía
en el trapecio, un tragasable, una mujer barbuda o quizás algún
payaso de mirada triste... De todos ellos, lo que más me gustaba era
escuchar el acordeón que tocaba con maestría aquel viejo payaso de
ropa ajada. Venía todos los años y siempre preguntaba los nombre de
los niños y niñas que llenaban el circo. Yo llegaba presuroso para
ocupar la primera fila, pero jamás me preguntó cómo me llamaba,
sólo me miraba a los ojos y me sonreía mientras iba sacando notas a
su acordeón, y la melodía me transportaba... Por una tarde soñaría
y pensaría que la magia del circo nos haría mejores.
MAGIPOEMAS 62
Hace 13 horas
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